¿Un entrenador personal sin espejos en el gimnasio?
Venancio sólo tiene un espejo en todo el gimnasio. Lo tiene en el vestuario y es uno de esos espejos enormes, con el marco dorado, capaz de responderte, si le preguntas, quien es la más bella del Reino. Pero Venancio lo tiene apoyado en el suelo. Ni siquiera lo ha colgado. También dice que quiere colgar algún que otro espejo en la sala de entreno, pero siempre aclara que para corregir posturas. Y es que se nota que, para Venancio, no es ni mucho menos una prioridad el que nos miremos al espejo. Sabe que en el fondo, un espejo es la representación de una imagen, de un resultado, y eso es un arma de doble filo que hay que saber administrar.
Y es que, muchos de los que empezamos a entrenar con Venancio venimos de una época huyendo de los espejos. De peinados rápidos, para no estar mucho tiempo delante de nuestro reflejo. Otros, quizás con un problema más grave, buscándolos incansablemente. Pero esos no se miran al espejo porque les gusta lo que ven, sino porque son incansables descubridores de defectos, y, claro, cuanto más busques, más encontrarás. Ahora, en estos tiempos que tanto nos gustan las etiquetas, a eso se le llama “captotrofilia». Por lo tanto, tenemos gente que no se mira al espejo para no encontrarse defectos, y los hay que se miran obsesivamente para encontrárselos. Entonces ¿no queda nadie que utiliza de una forma positiva el espejo?
Recuerdo cuando acabé la primera semana de entreno. Venancio me acompaño al vestuario, y se puso a mi lado. Delante del espejo dorado, me señaló los músculos que habíamos trabajado y los primeros cambios que ya se podían notar. Yo, sorprendido y casi eufórico le pregunté: “¿pero todo estos cambios han sido en solo una semana?”. Y él, con esa media sonrisa que a veces resulta tan odiosa y a veces encantadora me respondió: “¡Eso no es lo realmente importante! Lo que hemos conseguido es que, por una vez, estés 5 minutos mirándote al espejo y que te guste lo que ves.”